Ardua labor la de la siembra,
extenuante y tediosa.
Terreno seco, árido, inóspito y extraño,
parece que llevara años en el abandono,
como si por mucho tiempo hubiera permanecido en el olvido,
son hectáreas y hectáreas de grumos y piedras,
no hay planta ni ser viviente, tan solo un infernal desierto
Por muchas millas caminé,
buscando aquel paraíso terrenal,
aquella parcela fértil y verde, y
tan solo esto he encontrado,
tan solo largas jornadas labrando,
trabajando moribunda bajo el ardiente sol,
sol que me ha quemado los brazos, las mejillas, los párpados,
sol de medio día que me ha recalcinado y evaporado las fuerzas.
Con el asadón en mano he sembrado una a una las semillas
que compré en el mercado de sueños,
una a una las coloqué en las eras que con sudor y lágrimas construí,
las sembré, las regué, las cuidé,
pasé mis mañanas y mis noches en aquella huerta,
esperando, esperando,
ansiosa de ver la cosecha,
aveces creo ver las hojitas que tanto anhelo,
pero se vuelve cada vez más distante y más larga mi espera.
Me he armado de paciencia,
han pasado tormentas de granizo y huracanes
he visto morir y renacer al sol por muchos siglos ya
y sigo a la espera de ese dichoso momento,
en el cual,
de aquella aridez florezcan los frutos de tantas lunas,
y poder comer de ellos,
vivir allí entre manjares,
sin pensar en salir a cazar,
en busca de alimento en otras realidades,
sino nutrirme justo ahí,
en mi propio jardín.